Retraté a Emanuele Li Pira una noche en su taller, mientras trabajaba en un grabado con la técnica de aquatinta. La imagen que surgía era la de un rostro, pero también era la suya: concentrado, silencioso, completamente absorbido por el proceso.
La atmósfera era espesa de tinta, luz tenue y sonidos sutiles: el raspado del metal, el rumor del ácido, el gesto lento de quien conoce bien el tiempo que requiere cada trazo.
Observarlo fue una forma de grabar también —con la cámara, en lugar de la plancha— la memoria de ese instante en que el arte sucede, sin pretensión, en su estado más honesto.
Artista: Emanuele Li Pira





